eso.

me despierto muy lentamente, por el ruido del mar. hay una mujer a mi lado que se peina. tiene el pelo largo y negro y en los ojos un pozo oscuro.

me miro las manos, que se han transformado en pinzas de cangrejo. pienso, ya nunca podré acariciar la arena.

lo más difícil de estar muerto es comprenderlo. a ello dedicamos una vida de esfuerzo.

‘por delicadeza arruiné mi vida’ – alguien lo dijo.

relevo.

Al abrir los ojos me di cuenta inmediatamente de que yo no era yo. Algo había cambiado durante la noche. Dominé mi terror y moví la mano. Aunque no la miré al hacerlo, pude sentir que había una mano y que esa mano obedecía mi voluntad; este hecho me tranquilizó. Me incorporé lentamente y salí de la cama, mi cama. Qué era lo que había cambiado? No lo sabía, pero me bastó dar dos pasos para confirmar más allá de toda duda, con una punzada de vértigo, que yo no era yo. El corazón me latió deprisa. Qué iba a hacer? Entré en el baño y me miré al espejo. Vi a un desconocido frente a mí que me miraba con el mismo espanto con el que yo le miraba; Bajé los ojos, dominando apenas una oleada de pánico que amenazaba con arrasar mi cordura.

Volví a mi habitación y me senté sobre la cama, sin atreverme a levantar los ojos del suelo. Intenté recordar lo último que había hecho la noche anterior. Había escuchado a los Beatles y leído, un domingo cualquiera, no había salido de mi casa excepto para dar un paseo al anochecer, y me acordaba perfectamente que en ese momento yo era yo.

Volví al cuarto de baño. Me miré otra vez en el espejo. Miré a ese desconocido a los ojos. Era cierto que tenía mi rostro, mis brazos y piernas, mi torso; pero era evidente que no era yo. Era cierto que tenía incluso mis ojos. Pero la mirada tras ellos, yo no la había visto antes jamás en mi vida. Era una mirada que decía cosas que yo no podría decir nunca.

Tomó con mi mano el cepillo de dientes, comenzó a lavarse mis dientes.

Duchó mi cuerpo, tomó una de mis toallas y lo secó con mis manos, fue al armario y escogió una camisa que detesto. Mientras me la ponía, sentí de pronto que él también acababa de darse cuenta de que no era yo. Lo sentí con una especie de desolación repentina que me dejó en la garganta un regusto a lágrimas, una desolación que me hizo pensar en amores perdidos y sueños naufragados, en días para los que nunca había habido una segunda oportunidad.

– No habrá una segunda oportunidad! – grité.

Volvimos al cuarto de baño. Nos quedamos mirando la cuchilla de afeitar.

 

trioloptemo.

Hay una palabra que siempre me ha acompañado, desde los tiempos oscuros de la infancia: trioloptemo.

Es una palabra bella y natural, me pregunto cómo llegué hasta ella. Desde que tengo recuerdos, siempre ha estado conmigo. En vano la he buscado en todos los diccionarios, en las enciclopedias, en Google; no hay rastro de trioloptemo sobre la faz de la tierra. Es una palabra que sólo a mí me pertenece, pero yo estoy seguro de no haberla inventado.

Un amigo versado en griego clásico (razón más que suficiente para mantener su anonimato) me recuerda que trioloptemo podría traducirse como tres ojos. También, que el nombre del cíclope al que cegó Odiseo con su astucia se llamaba Polifemo, nombre que suena bastante parecido a mi palabra. Parece claro, me dice, que al leer la Odisea en tu adolescencia – periodo en el que, además, estudiaste en la escuela algo de griego – creaste la palabra inconscientemente, y luego creaste un falso pasado en el que la recordabas desde siempre. Y es que al final, remata mi amigo, todo se queda en la Odisea.

Parece una buena explicación, y en cuanto llego a mi casa me meto en el sótano, me acerco al trioloptemo que acecha en la sombra de su jaula, y me quedo mirando sus pequeñas y numerosas garras, las alas suaves, el brillo azulado de su piel dentada. Le tiro un pajarito, que atrapa de un salto entre sus fauces, sin apenas darle tiempo a remontar el vuelo, Ojos no tiene ninguno, me pregunto por qué lo llamé trioloptemo.

 

editores peligrosos y visitas raras, 3.

(Resumen de los dos capítulos anteriores: El editor de Perfección Increíble lo presiona con amenazas para que escriba como Paulo Coelho. Perfección conoce a un extraterrestre que se declara admirador suyo, ya que en su planeta Perfección es sumamente conocido. Ambos deciden salir de fiesta).

Vamos en el taxi. Dónde me vas a llevar, pregunta el extraterrestre. Al mejor sitio para empezar una noche de fiesta con un alienígena, respondo: El Punto y Coma.

El extraterrestre abre sus tres ojos con asombro. Está claro que la fama barriobajera del Punto y Coma ha alcanzado los rincones más lejanos de la galaxia.

Bajamos del taxi. Intentamos entrar en el club, pero el portero nos detiene.

– Éste no pasa – dice.  – No lleva zapatos.

– Seguro que no es porque mide 55 centímetros y es de color gris perla? – insinúo.

– Naturalmente que no! – replica el portero, ofendido – Me toma por un racista?

Deslizo un par de poemas de Virgilio en el bolsillo de su camisa, y le doy un par de palmaditas en el pecho.

– Estoy seguro de que estos dos Virgilios te harán reconsiderarlo – digo.

El portero me mira con complicidad y se hace a un lado.

– A sus órdenes, señor Increíble! – exclama, saludándome al modo militar.

Entramos al local. No hay mucha gente todavía. Un par de furcias leyendo a Heidegger, un borracho haciendo meditación trascendental en la barra, dos bibliotecarios de aspecto rudo mirando a las furcias, mientras el DJ remezcla la obertura de La Flauta Mágica para tres profesores de Filosofía y un bloguero experto en energías alternativas que se afanan en la pista de baile.

Uf, esto este sitio es muy fuerte, dice el extraterrestre. Todavía más fuerte de lo que imaginaba.

Nos sentamos en la barra.

– Camarero! – grito con aire autoritario – dos gin-tonics!

– Para mí otros dos! – dice el extraterrestre. Definitivamente, este chaval es de los míos. Y pensar que estuve a punto de hacerle una autopsia!

Por la puerta entra una vieja habitual del lugar, conduciendo su silla de ruedas, completamente borracha.

– Tengo que hacer algo para equilibrar mi karma! – aúlla – Tengo que encender mi fuego interior! Dadme algo inflamable de beber!

– Qué le ha pasado a esa mujer? – pregunta el extraterrestre.

– Es una triste historia – respondo – Se llama Matilda. Es minusválida, transexual, madre soltera, y miembro de una minoría racial. Perteneciendo así por nacimiento y méritos a los lobbies más poderosos del planeta, lo tenía todo para triunfar en la vida, pero una lectura de Paulo Coelho se cruzó en su camino.

– Dios mío, qué historia tan espantosa!

– En fin. Oye, y tú cómo te llamas?

– Jzzzrrtr – dice.

– Cómo?

– Bueno, me llamo Trrrzttlptzz Gzztrr Pzzrrtp, pero mis amigos me llaman Jzzzrrtr – aclara para mi tranquilidad.

– Ya veo. Pero yo mejor te voy a llamar algo fácil, como Gorrión, te parece?

– Gorrión?

– Sí. No te ofendas. Es que es fácil de recordar. O si lo prefieres, Juan Antonio. Elige.

– Sin duda, me quedo con Gorrión.

El local comienza a llenarse de gente mientras el DJ ataca con los primeros compases del Dies Irae de Wolfgang Amadeus Mozart, de modo que nos vamos a la pista a bailar. Para probar a Gorrión, lo reto a hacer el paso de la Oca Borracha que Intenta Batir sus Alas del Revés, que ejecuta de forma sublime y sin esfuerzo. Hago entonces el de la Doncella de West Grove, Sussex, Cargando una Bombona de Gas Butano, y Gorrión lo realiza con gran gracia,  añadiendo un par de giros inesperados al final. Casi sin transición, me lanzo a hacer el del Cirujano Disléxico que Lleva a Cabo un Trasplante Doble de Órganos. Éste es un paso un poco más dificultoso, ya que su correcta ejecución puede llevar más de siete horas (si no hay complicaciones) y además requiere una gran precisión; pero al cabo de dos ya no me queda ninguna duda de que en su planeta este chaval debe ser el rey de la pista. Por fin he encontrado un igual. Pero tiene tres ojos!

Dos polluelas se acercan a nosotros, bailando, completamente llenas hasta los bordes de deliciosas curvas.

– A tí te conozco, Perfección – dice una de ellas – Te acuerdas de mí? Soy la Madrastra, nos conocimos en la consulta del médico.

– Claro que me acuerdo! – respondo – Yo leía el Boletín Oficial del Estado y tú te chupabas el dedo.

– Ésa misma – ríe ella.

– Uy uy uy! – dice la otra chica, agachándose para pellizcar a Gorrión, que da un salto y se abraza a su rodilla – Pero quién es este chulito matón? Menudos ojazos!

– A su disposición, señora – dice Gorrión, procediendo a trepar hasta los pechos de la chica, y mordiéndolos con dulzura.

– Oh, qué deleite! – exclama ella.

– Por lo menos ya no nos queda ninguna duda de que es algún tipo de mamífero – digo yo – Chicas, os apetece tomar una copa en otro antro? Tengo unas entradas para la zona VIP de la  Habitación 101.

Los tres me miran con sus siete ojos abiertos como platos.

– Qué poderío! – exclaman.

– Con quién os creéis que estáis hablando? Vamos, lo pasaremos fatal.

(Continuará…)

Al Ministro del Interior Español.

Querido Ministro del Interior,

A la espera de que se confirme que los quince (o más) africanos muertos durante la operación organizada en Ceuta para impedir su entrada en territorio español fueron pagados para ahogarse por Zapatero, la ETA, y los mafias del tráfico de personas, y ello con el fin de desestabilizar el gobierno del Partido Popular, me permito recordarle amablemente que usted es el responsable final de la decisión tomada por el cretino o cretinos que pensaron que disparar munición de fogueo, pelotas de goma, y gases lacrimógenos contra más de medio centenar de hombres presa del pánico que intentaban ganar una orilla a nado en mitad de la oscuridad, era una buena idea.

Esperaba quizás la fuerza policial que los africanos, al advertir la bienvenida, procederían a nadar sincronizadamente de regreso a su punto de partida? Tal vez dando elegantes brazadas a la vez, creando figuras geométricas con sus cuerpos como en un espectáculo acuático? Nunca lo sabremos. Somos humanos, y a veces cometemos errores de cálculo.

Para empezar, niegue las contradicciones y descarte las dimisiones. Después de todo usted no es sino un político español, y debe actuar en consonancia con las tradiciones de su gremio. E instrúyanos sobre ‘el drama de la inmigración clandestina’, y el firme compromiso de su gobierno para aliviarlo – ahí están propuestas de ustedes tan espectaculares como aquélla de privar a los sin papeles del derecho a la asistencia sanitaria para probarlo.

Háblenos de las mafias de tráfico de seres humanos, esas mafias que no existirían sin las políticas y las leyes que usted representa.

Hay en estos momentos quince madres en algún lugar del continente africano, señor Jorge Fernández Díaz, que no volverán a escuchar la voz de sus hijos, que tal vez nunca llegarán a saber que sus hijos murieron ahogados por no poder ganar una orilla desde la que estaban siendo atacados con materiales antidisturbios, en mitad de la madrugada. Un fuerte aplauso para usted y su equipo por su valiente defensa de las fronteras de España, reserva espiritual de Occidente, punta de lanza de la Cristiandad, y faro de la Civilización.

editores peligrosos y visitas raras (segunda parte).

(RESUMEN DEL CAPÍTULO ANTERIOR: Perfección Increíble recibe una llamada del señor X., Editor General y CEO de la plataforma digital donde publica su blog. El señor X. lo amenaza de muerte porque su blog no recibe más visitas, e intenta presionarlo para que escriba como Pablo Coelho. En ese momento, una criatura alienígena llama a la puerta y declara a Perfección Increíble su más rendida admiración).

Bien. Un extraterrestre acaba de desmayarse sobre la alfombra persa de mi sala de estar, sobrepasado por la emoción que ha sentido al verme. Es obvio que pertenece a una especie de inteligencia superior y que aprecia el buen gusto, me digo; así que seré amigable y no llamaré a los servicios secretos norteamericanos ni intentaré venderle la exclusiva al Daily Mirror (aunque lo cierto es que estoy sin blanca).

El problema es, qué hago para que recupere el sentido? Debería abofetearlo? Y si es un alto dignatario de su planeta? Podría crear un conflicto diplomático intergaláctico que se agravaría hasta desembocar en una guerra que significaría el fin de la especie humana. La perspectiva me parece de lo más estimulante y procedo a abofetear al bicho tan fuerte como puedo. Pero no se mueve ni da signos de vida. A lo mejor está muerto, me digo. Eso estaría bien porque podría hacerle la autopsia para investigar sus órganos, grabarlo todo en vídeo, y colgarlo en Youtube.

Me arrodillo junto a él y lo examino detenidamente. Parece estar enfundado en un traje de algún material semi-transparente que se ajusta perfectamente a su cuerpo. Tiene tres ojos, cada uno de ellos situado en los vértices de un triángulo imaginario sobre la nariz; por lo demás su rostro es bastante humano, aunque la piel es de color grisáceo. En un brazo lleva un tatuaje de un corazón, con la leyenda ‘Amor de Madre’ inscrita dentro. Un extraterrestre pandillero juvenil!

Intento levantarlo, pero es imposible. Me había parecido muy ligero cuando se enganchó a mi pierna, pero ahora se ha vuelto increíblemente pesado; a duras penas consigo que uno de sus brazos se separe levemente del suelo, tras tirar de él hacia arriba con todas mis fuerzas. Es, sin embargo, bastante blando al tacto, como si estuviese lleno de gelatina con cositas duras por dentro. Cuando me dispongo a intentar levantarlo otra vez, el extraño ser abre uno de sus ojos, luego los otros dos – los tiene verdes, levemente gatunos – y dice:

– No se preocupe. Las emociones repentinas aumentan mi densidad molecular. Se pasará enseguida, sólo debo tranquilizarme.

– Pues menos mal que no la disminuyen – contesto con amabilidad -. Te habrías vuelto líquido y me habrías puesto perdida la alfombra.

Se incorpora y toma mi mano con sus dos diminutas manitas (me parece contar seis dedos en cada una).

– Maestro – me dice con fervor – me he escapado de mi casa sólo para conocerle. He viajado 119.7 años luz sólo para poder hablar con usted.

– Conocerme? – respondo yo, aturdido – Has viajado durante 119.7 años luz para conocerme?

– Bueno, no tantos – contesta con modestia -. Tomé un atajo.

Me cuenta que en su planeta, Logroñox, la literatura terráquea es una verdadera pasión entre las clases populares más ignorantes y embrutecidas, que se organizan en clubs de lectura dedicados a uno u otro autor, concentrándose sus miembros por miles para luchar contra los miembros de otros clubs rivales en auténticas batallas que a menudo acaban con cientos de víctimas mortales en ambos bandos. Hay sobre todo dos autores que son objeto de especial devoción por la masa, hasta el punto de que puede afirmarse que todo logroñéx es seguidor de uno de ellos, y odia profundamente al otro, o viceversa. Por increíble que parezca, uno de esos autores soy yo. El otro es Pablo Coelho. Maldición! Puede que Pablo Coelho sea guía y faro de la mitad de Feisbuk, pero a mí me está amargando la existencia.

Recabo un poco más de información. Parece ser que soy tremendamente popular en Logroñox, algo así como el Cristiano Ronaldo de la Literatura (sólo que más proporcionado). Llamo inmediatamente al señor X., y le comunico que en Logroñox tengo una media de 163 millones de visitas diarias, y eso sin contar los gorrones. Las visitas intergalácticas computan como nulas, pardillo, me dice el señor X. Es muy simple: O escribes como Pablo, o morirás como Pedro. Qué Pedro, pregunto. Ése que crucificaron boca abajo, responde. Pero no puedo renunciar a mi estilo, objeto yo con énfasis, la civilización logroñexa depende de la alternancia de lo apolíneo pablo-cohélico y lo dionisíaco perfección-increbliano!. Confieso que a menudo me dan ganas de meterte una ostia, me responde él señor X. con más énfasis todavía.

Cuelgo el teléfono y miro al extraterrestre.

– Nos vamos de bares? – sugiere de pronto, antes de que yo pueda decir nada -. Yo sé que usted saca muchas de sus historias del mundo de la noche. Sería tan maravilloso poder acompañarle en su cacería!

– Te emborracharás y armarás bronca? – pregunto.

– Por supuesto! – responde con entusiasmo.

Oh albricias!, me congratulo en mi interior. Otro de los míos!. Es bello pensar que en algún rincón ignoto del universo hay un mundo poblado de almas gemelas. Lo que no sé es si el portero de la disco va a dejarlo entrar, no aceptan clientes que no lleven zapatos.

Mientras nos echamos colonia antes de salir, nos miramos con la emoción compartida de saber que va a ser una noche inolvidable para más de uno.

editores peligrosos y visitas raras (primera parte).

– Riiing. Riiing – suena el teléfono.

– Diga?

– Buenos días, señor Increíble. Soy el señor X., Editor General y CEO de la plataforma digital donde publica usted su blog.

– Qué significa CEO? – pregunto.

– No me toques los cojones, palurdo – responde el señor X., cambiando el tono bruscamente – sabías muy bien que esta llamada iba a llegar algún día. Y sabes muy bien por qué te llamamos.

– Sí, pero qué significa CEO?

– Significa Cuida El Ojal, gilipollas. Estamos completamente hartos de tus tonterías y de tus estadísticas mierdosas. Queremos más visitas a tu blog. Créeme, es lo que te conviene – añade en un susurro – si quieres seguir siendo guapo.

– Pero yo no soy guapo. A menudo siembro el pánico entre la población, cuando salgo de paseo,

– Supongo que estás escribiendo algo? – me interrumpe con tono amenazante.

– Sí – improviso – es la historia de un insecto que vive con su familia. Comienza así: ‘Una mañana, al despertar después de un sueño intranquilo, el insecto Gregorio Samsa se encontró  a sí mismo convertido en un monstruoso humano’.

– Suena a Kafka.

– Pero si nunca lo he leído!

– Escucha, por qué no pruebas a escribir como Pablo Coelho? – me dice el señor X. con tono paternal – El público quiere emoción, quiere espiritualidad. Experiencias significativas con los seres queridos. Amor trascendente que abarca el universo. Ecología. Cosas orientales. Viajes de lujo en busca de las cosas sencillas. Jesucristo. Puenting.

– Qué le parece algo así? – digo – ‘Cuando la noche te rodee, recuerda que al final del camino te espera la luz del día’.

– Exacto! – exclama el señor X. – Un comienzo notable. Se me han puesto los pelos de punta.

– ‘Contempla a la humilde flor’. – continúo – ‘Así es la sabiduría, aunque no sabría decir exactamente porqué’.

– Maravilloso! Maravilloso!

– ‘Sólo tú puedes curarte a tí mismo. La misma expresión lo dice: curarte a tí mismo’.

– Oh! Qué delicia! Qué síndrome de Stendhal! – suspira el señor X., cada vez más arrobado.

– ‘En la fortaleza milenaria de Xang Gun, escuché el siguiente relato: Un maestro y un discípulo caminaban juntos al atardecer. El discípulo preguntó: Qué hora es? No llevo reloj, respondió el maestro. Me di cuenta de que el secreto de la felicidad radica en comprender, como ese maestro, que el Uno y el Todo son armas al servicio del guerrero espiritual’.

– Eso es! – grita el señor X., entusiasmado – ESO ES! BRAVO! SÍ!

– Toc, Toc – interrumpe la puerta.

– Escuche, señor X,, no quería más visitas? Pues espere un momento, tengo una.

Voy a abrir. Frente a mí hay un tipo de aspecto humanoide. Tiene dos brazos, dos piernas, una cabeza, y un tronco, pero combinados de una manera algo rara y bastante complicada de explicar.  Además, es de color gris y mide unos cincuenta y cinco centímetros de altura.

– Señor Increíble! – exclama el extraño ser al verme, con evidente emoción – qué honor, qué privilegio!

Se abraza a una de mis rodillas con fuerza, sollozando de felicidad. Vuelvo hacia el teléfono con el personajillo enganchado a mi pierna.

– Le importaría llamarme más tarde, Señor X.? Hay un extraterrestre en mi casa que requiere toda mi atención.

– Recuerda! – grita el señor X. – Coelho! No nos fuerces a tomar medidas!

Cuelgo el teléfono. El humanoide se separa lentamente de mi rodilla, recupera la compostura, me mira durante unos segundos con evidente adoración. Finalmente, con un suspiro fervoroso, dice:

– Toda mi vida he deseado conocerle.

Y acto seguido se desmaya.

 

(Continuará…)

demasiada luz.

Cada noche, al cerrar los ojos, siente que su cuerpo se da la vuelta como un guante; su alma queda fuera, y su carne dentro.

Flota entonces brillando muy tenue, ingrávido, como la sombra de una telaraña. Y escapa deslizándose entre las rendijas de la ventana de su dormitorio.

Sobrevuela las calles vacías de la madrugada. Pero hay demasiadas farolas. Demasiada luz. Sabe que el cielo de la noche está lleno de cientos, de miles como él. Embarcados en el mismo viaje, buscando la oscuridad para encontrarse.

Pero pasa como con las luciérnagas, su pequeño brillo de estrella lejana no sirve de nada frente a toda la luz del mundo y no pueden reconocerse en la distancia, las luces eléctricas han invadido la oscuridad y por eso ya no hay luciérnagas.

revolución.

La pequeña y vieja motocicleta avanza calle abajo a toda velocidad, transportando a cinco miembros de una misma familia. Rachid, el patriarca, la conduce. Delante de él, su hijo adolescente, Karim, está sentado a caballo sobre el eje entre las dos ruedas, con las manos apoyadas en el manillar, y cargando a su hermana Rachida, de tres años, aferrada a su cuello; Latifa, la abuela, está situada tras Rachid, transportando en un atillo a la espalda al pequeño Ismail, de un año y medio.

Al llegar a la altura de un cruce de calles sin la más mínima visibilidad y en el que no tiene preferencia, Rachid, de acuerdo con los modos tradicionales del país, entra en la intersección sin ni siquiera disminuir su velocidad o mirar hacia los lados, girando bruscamente a la izquierda porque de pronto ha recordado que tiene que recoger a su mujer que está en el mercado, e invadiendo el carril contrario al hacerlo. Con tan mala fortuna que viene a estrellarse frontalmente contra el turismo conducido por un tal Monsieur Lefranc, ciudadano belga de elevado poder adquisitivo y dudosa reputación como todos los extranjeros residentes en el país, el cual no habría podido hacer absolutamente nada para evitar el horrible accidente.

El impacto es tremendo. Rachid se levanta tambaleándose, aturdido, sangrando. Su hijo, Karim, está tendido a unos metros y no se mueve. La abuela gime, tirada en el suelo. Ismail… Rachida….

Mientras los viandantes se apresuran a hacer lo normal en estos casos, que es intentar linchar a Monsieur Lefranc por todos los medios sin prestar ninguna atención a los heridos, Rachid se arrodilla mesándose los cabellos, gritando al cielo.

– Señor! Qué he hecho mal? Por qué me has traído esta desgracia?

Se golpea el rostro con los puños, desesperado. No puede comprenderlo. Siempre ha sido un buen creyente. Por qué suceden estas cosas? Entonces, de pronto, lo entiende todo. Maldito extranjero! Malditos sean todos ellos! Jura que no descansará hasta acabar con esa plaga inmunda,

– Venga nuestra muerte, Rachid! – gime la abuela desde el suelo – vénganos!

Sobre Oscar Wilde.

Demasiado borracho para escribir, demasiado sobrio para vivir. Voy directo del trabajo a la tienda de licores: más vale vivir que escribir.

+++

El 18 de Febrero de 1895 el Marqués de Queensberry, padre de Lord Alfred Douglas, joven amante de Oscar Wilde, dejó su tarjeta de visita en el club londinense del que Wilde era socio con el encargo de que le fuese entregada, no sin antes garabatear sobre ella: ‘Para Oscar Wilde, que actúa como un sodomita’, escribiendo sodomita con una falta de ortografía. Esta ofensa no era sino la última en una serie que incluyó previos insultos en lugares públicos, un intento de humillar a Wilde en su propia casa, y un plan fallido para arrojar verduras podridas sobre el autor durante el estreno de Un Marido Ideal, plan que no pudo llevarse a cabo gracias a la intervención de un oportuno chivatazo.

El resto es bastante conocido; Wilde, que era ya considerado como el mejor autor teatral de su tiempo, presentó cargos contra el Marqués de Queensberry para proteger su honor – la comisión de actos homosexuales era un delito – y menos de cinco meses después estaba en bancarrota, condenado a dos años de trabajos forzados para purgar un delito contra la moral pública, y convertido en un apestado cuyo nombre no podía ni siquiera figurar al frente de sus obras.

Al leer las actas de los interrogatorios a Wilde durante su juicio, gratifica encontrar que algunas de sus réplicas están a la altura de los grandes momentos de su teatro. Wilde derrocha ingenio, como si estuviese en medio de un juego, y parece en general mucho más preocupado de imponer su superioridad dialéctica que de establecer su inocencia. Cuando está narrando un intento de chantaje por parte de un prostituto que tenía en su poder una de sus cartas comprometedoras a Lord Alfred Douglas, dice: ‘Miré la carta, y vi que estaba extremadamente deteriorada. Le dije (al prostituto), ‘creo que es bastante imperdonable que este manuscrito original mío no haya sido tratado con mejor cuidado’.  Preguntado por la naturaleza de su relación con un vendedor callejero de periódicos, responde: ‘Nunca había oído hasta ahora que su ocupación era vender periódicos. Es la primera noticia que tengo acerca de su conexión con la literatura’. Al ser cuestionado sobre ciertos regalos que hizo a un muchacho, aclara: ‘Le compré un bastón y un traje y un sombrero con un lazo brillante, pero no soy responsable del lazo’. Y cuando, en relación al contenido claramente homoerótico de una carta a Lord Alfred – carta que él califica de mero poema en prosa que no debe ser tomado de forma literal – se le pregunta irónicamente si escribe muchas de ese estilo, Wilde protesta con energía: ‘Yo nunca me repito en estilo!’.

Hay algo admirable y también conmovedor en este Oscar Wilde que se afana en seducir con epigramas ingeniosos a la audiencia que finalmente habrá de condenarlo. Uno no sabe si llamarlo coraje o ceguera suicida. Mientras pende sobre él una acusación de una carga moral -para su época – equivalente a la que la nuestra reserva para los delitos de pedofília extrema, Wilde insiste en ser el que es: el alma de la fiesta. Solamente que esta vez la fiesta no acabó como debía.

Wilde fue condenado y pasó dos años en dos de los terribles presidios ingleses de su tiempo. A su entrada, así como en el cambio de presidio a presidio, la turba (que nunca falta a este tipo de citas) se agolpó a su alrededor, intentado agredirlo entre insultos y escupitajos. Cuando salió libre,  con su salud corrompida irremediablemente por las condiciones de su estancia en la cárcel, había perdido todos sus bienes y todo su dinero (fueron embargados para costear los gastos de su juicio) y era un maldito de pleno derecho, con quien nadie honorable querría ser visto en público. Se marchó de Inglaterra – a la que ya no volvería jamás – y se estableció en París.

Duró algo más de dos años en los que se mantuvo gracias a la generosidad de unos pocos amigos verdaderos, compartiendo cama con la miseria en la habitación de un hotel barato y gastando lo poco que tenía en emborracharse. Sin que el enorme éxito de su poema La Balada del Penal de Reading – que firmó con el pseudónimo ‘C.3.3.’, su nombre en presidio – pudiese hacer nada para aliviar la angustia crepuscular de sus días finales. Por cierto que Wilde decide publicar dicha balada en una revista llamada Reynold’s Magazine porque esa revista, escribe a un amigo, ‘circula ampliamente entre los miembros de la clase criminal, a la que ahora pertenezco. Por una vez seré leído por mis iguales. Una experiencia nueva para mí!’. El tono de frases como ésta demuestra que Wilde nunca dejó de ser Wilde, incluso en sus peores momentos. Cuando sintió la muerte cerca, dijo: ‘Voy a morir como he vivido; por encima de mis posibilidades’.

Creo recordar que Wilde obtuvo el perdón real sobre su caso a título póstumo, hace algún tiempo. No hace mucho le fue concedido también al matemático Turing, a quien, en agradecimiento por haber salvado literalmente la vida de cientos de miles de soldados – se calcula que su desciframiento de los códigos alemanes acortó en al menos dos años la II Guerra Mundial – la justicia de Su Majestad tuvo la delicadeza de dar a elegir entre la cárcel o la castración química, tras ser descubierta su relación amorosa con un buscavidas de diecinueve años.

No deja de ser irónico, casi la ocurrencia de algún Wilde siniestro, que en casos como el de Wilde y Turing otorgen el perdón aquéllos que debieran pedirlo, mientras se apresuran a organizar celebraciones y centenarios en honor de las vidas que arruinaron.

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