trioloptemo.

Hay una palabra que siempre me ha acompañado, desde los tiempos oscuros de la infancia: trioloptemo.

Es una palabra bella y natural, me pregunto cómo llegué hasta ella. Desde que tengo recuerdos, siempre ha estado conmigo. En vano la he buscado en todos los diccionarios, en las enciclopedias, en Google; no hay rastro de trioloptemo sobre la faz de la tierra. Es una palabra que sólo a mí me pertenece, pero yo estoy seguro de no haberla inventado.

Un amigo versado en griego clásico (razón más que suficiente para mantener su anonimato) me recuerda que trioloptemo podría traducirse como tres ojos. También, que el nombre del cíclope al que cegó Odiseo con su astucia se llamaba Polifemo, nombre que suena bastante parecido a mi palabra. Parece claro, me dice, que al leer la Odisea en tu adolescencia – periodo en el que, además, estudiaste en la escuela algo de griego – creaste la palabra inconscientemente, y luego creaste un falso pasado en el que la recordabas desde siempre. Y es que al final, remata mi amigo, todo se queda en la Odisea.

Parece una buena explicación, y en cuanto llego a mi casa me meto en el sótano, me acerco al trioloptemo que acecha en la sombra de su jaula, y me quedo mirando sus pequeñas y numerosas garras, las alas suaves, el brillo azulado de su piel dentada. Le tiro un pajarito, que atrapa de un salto entre sus fauces, sin apenas darle tiempo a remontar el vuelo, Ojos no tiene ninguno, me pregunto por qué lo llamé trioloptemo.

 

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